Musulmán, protobotánico, profesor de ética, posible ladrón,tendero y sospechoso de homosexualidad
Los comunistas no están solos
La guerra dentro de la guerra
A purgar se ha dicho
Sucios británicos, repugnantes yugoslavos
Fulgor y muerte de Koçi Xoxe
Sucios soviéticos
Con la Iglesia hemos topado
El fin de la troika
La jugadora de voleibol que cambió la Historia de Albania
La muerte de Mehmet Shehu
Al fin solo
En realidad, la evolución de Hoxha fue muy rápida. En la parada militar que celebraba al nuevo gobierno, el 28 de noviembre de 1944, Hoxha estuvo en la tribuna junto con el teniente coronel británico Alan Palmer, y el comandante Thomas E. Stefan, estadounidense de origen albanés. Entonces, Hoxha era, además, el único dirigente comunista que nunca había estado en Moscú. Algo menos de un año después, sin embargo, Hoxha fue invitado a cenar con el jefe de la delegación británica en Albania, brigadier Dante Edward Pemberton Hogson, en compañía de su mujer y de Nako Spiru. En esa cena, Hogson compartió ya mesa con un hombre plenamente alineado con las posiciones de la Unión Soviética.
Tres meses después de aquella cena fueron las elecciones. En
cada colegio electoral se colocaron dos urnas: una, de color rojo, era para
meter los votos a favor del Movimiento de Liberación Nacional, es decir, los
comunistas; la otra, negra, para los votos de “los reaccionarios” (que ni
siquiera habían recibido permiso de vertebrarse en partidos o alternativas
concretas). En unas condiciones tan democráticas, el comunismo logró el 93,6%
de los sufragios. Por supuesto, todos los que depositaron su voto en la urna
negra fueron localizados y detenidos; no pocos acabaron fusilados.
Así las cosas, el 10 de enero de 1946 se reunía en Tirana,
por primera vez, la Asamblea del Pueblo generada de aquellas elecciones. Al día
siguiente, esa asamblea votó que Albania era una República Popular, y se decretó
que el rey Zog y toda su familia quedaban exiliados del país para siempre. En
un gesto teatral muy propio de él (y de otros bastante cortados en esto por su
mismo patrón, como Juan Negrín) Enver Hoxha anunció su intención de dimitir (o
sea, no os sobréis, y tenedlo claro: no dimitió, sino que dijo que lo mismo
dimitía); con lo que provocó que los diputados, todos a una, le dijesen que una
leche. Se creó un Presidium del Parlamento y se aprobó un Estatuto del Pueblo
de Albania. Finalmente, se decidió la persona a la que se le encargaría la
formación de un nuevo gobierno; para sorpresa de todos, el elegido fue Enver Hoxha,
cuyo nuevo ejecutivo juró el 26 de marzo de 1946. En aquel gobierno Hoxha,
además de primer ministro, fue ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa.
Con todo el poder en su mano, la primera orden del primer
ministro fue exigir el arresto de todas aquellas personas que hubiesen tenido
la más mínima relación con británicos o estadounidenses. Quizás el más
sobresaliente de los detenidos era Kol Kuqali. Kuqali había estudiado en una
escuela montada por el filántropo estadounidense Harry T. Fultz en Tirana en
tiempos del rey Zog y trabajaba en la embajada de los EEUU. Pero también era
cierto que había sido diputado y que sus dos hijos habían muerto en la guerra,
uno en combate y el otro en un campo de concentración. Kuqali nunca fue
juzgado, puesto que murió durante su interrogatorio.
A pesar de todo esto, Enver Hoxha necesitaba que británicos
y estadounidenses reconociesen a su régimen. Entonces eso no era tan
descabellado; recuérdese que los sajones acababan de ganar la guerra de la mano
de la URSS, o que en esos mismos momentos estaban coqueteando con la descolonización de Indochina, a pesar de que sabían que eso suponía poner Viet Nam en manos del Viet Minh comunista. Sin embargo, Londres y Washington le dijeron que eso no llegaría
tan fácilmente. Concretamente, le recordaron que el rey Zog había firmado una
serie de concesiones y prerrogativas a empresas británicas y estadounidenses, y
le dijeron a Hoxha que si quería su aceptación, tenía que respetarlas. Hoxha
dijo que ni de coña. Por lo demás, ya cualquier tipo de entente entre
británicos y albaneses se hizo imposible cuando los primeros apoyaron al primer
ministro griego Konstantinos Tsaldaris para que asistiese al frente de la
delegación de su país a la conferencia de paz de París que se celebró en agosto
y septiembre de 1946. La cosa es que los griegos, y Tsaldaris muy en especial,
le contaban a todo el mundo que les escuchaba que Albania se había puesto en la
guerra del lado de las potencias fascistas. Ellos sabían que esa teoría era, en
buena medida, mercancía averiada; pero lo hacían para debilitar a un adversario
de sus reivindicaciones territoriales en el siempre complejo sudoku balcánico.
Hoxha salió echando leches hacia París. Allí, Tsaldaris
estaba tomando la tribuna, blandiendo unas declaraciones de Omer Nishani en
1940, apelando a los albaneses para que se integrasen en el Partido Fascista.
Dado que Nishani presidía el Presidium, Tsaldaris bramó: “¡Este hombre es hoy
el presidente de Albania!”
Para alegría de Hoxha, el discurso de los griegos,
fuertemente respaldado por los británicos, recibió un golpe cuando Mosa Pijade,
miembro de la delegación yugoslava, informó de que Tsaldaris había intentado
negociar con Josip Broz Tito la partición de Albania entre Grecia y Yugoslavia.
En septiembre de 1946, Enver Hoxha ofreció una rueda de prensa en París;
aquella sería la última vez en su vida que estaría en un país occidental y,
desde luego, la última vez que se colocó delante de periodistas libres.
En la conferencia de Yalta, donde tantas cosas se
discutieron o cuando menos se apuntaron, el destino de Albania no estuvo en la
agenda. A nadie pareció importarle demasiado. Los albaneses, en la práctica,
fueron dejados a su albedrío a la hora de elegir el régimen con que querían ser
gobernados. Esta situación alienó todavía más a los británicos de la suerte de
Albania, pues Londres estaba cada vez más centrada en Grecia. Esta distancia se
hizo ya definitiva tras el incidente del canal de Corfú, en octubre de 1946.
Según el relato de Hoxha, el día 22 de aquel mes cuatro barcos de guerra británicos entraron en el canal de Corfú primero, y en aguas territoriales albanesas después, sin haber comunicado con el gobierno de Tirana. Conforme los barcos se acercaban a la costa, se produjeron unas explosiones, y dos de los barcos se incendiaron. Aparentemente, los barcos habían tocado alguna mina. Albania fue acusada de haberlas colocado, pero el país argumentó que no sabía nada de aquellas minas (como siempre ocurre con los comunistas, poco le faltó para argumentar que las habían colocado los "incontrolados"). En abril de 1949, la Corte internacional de La Haya efectivamente descartó la posibilidad de una conspiración albanesa; sin embargo, lo que sí hizo fue acusar a los albaneses de haber sido conscientes de que las minas estaban ahí, y no haber avisado. Pero, claro, los albaneses decían que no habían avisado porque los británicos habían entrado sin avisar.
En
diciembre de 1949, y como consecuencia de este fallo, el tribunal condenó a
Albania a indemnizar a Reino Unido con la cantidad de 843.947 libras
esterlinas. Albania contestó que no era responsable de los daños y que el
tribunal no tenía jurisdicción para fijar la reparación, así pues, durante 40
años, el Estado albanés se negó a satisfacer la cantidad. Fue una postura un
tanto estúpida, teniendo en cuenta que, en ese momento, Reino Unido tenía el
control sobre las reservas de oro de Albania, que habían sido robadas por los alemanes; Londres, simplemente, se las quedó. En 1991, un antiguo jefe albanés,
Bedri Spahiu, confesó que Albania conocía la ubicación de las minas, que
habrían sido colocadas por los de siempre (o sea, los yugoslavos).
Como se puede derivar claramente de estas notas, la política
albanesa siempre estuvo fuertemente influida por la estrategia de los yugoslavos.
Lo cual no dejaba de ser un problema para Enver Hoxha, pues la gente de Tito
siempre consideró que su hombre más fiel en el comunismo albanés era Koçi Xoxe,
viceprimer ministro y ministro del Interior en el primer gobierno que formó Hoxha
tras las elecciones.
En el pleno de Berat de noviembre de 1944, ése en el que
muchos dirigentes protestaron por la represión y Hoxha le echó la culpa a los
yugoslavos, aquella reacción tenía una gran razón de ser. Hoxha sabía bien que
los yugoslavos, y sus terminales, habían llegado a Berat con la intención de
echar a Hoxha del poder en el Partido; y casi lo consiguen. Hoxha, sin embargo,
logró prevalecer. Y hay dos razones para ello.
La primera, bastante obvia, es que el líder albanés le
prometió a los yugoslavos todo lo que ellos quisieron. Les prometió acceso a
todos los recursos del país, con lo que consiguió que la decisión sobre el
liderazgo comunista albano, que los yugoslavos querían tomar en Berat, se
retrasase. La verdad es que, hasta 1948, los yugoslavos fueron los dueños de
facto del país. La segunda razón es que Koçi Xoxe le era fiel.
Tito, por lo demás, tenía cosas que agradecerle a Hoxha;
aunque esas cosas, entre comunistas, o más bien entre políticos en general,
valen poco. Durante la guerra, el albanés le había enviado tropas al yugoslavo
para hacerle más sencillo el control de Kosovo, cuya población no era muy
proclive a la figura de Tito. Fue en esa época cuando tuvo lugar la llamada
masacre de Bar, un suceso en el que miles de jóvenes kosovares fueron
movilizados y obligados a marchar hasta Bar en Montenegro, donde les hicieron
un Katyn. Hay un hecho muy esclarecedor, y es que ni Hoxha ni su régimen
hablaron nunca de la matanza de Bar; ni siquiera cuando riñeron con Belgrado.
Algo que nos viene a decir que, quizás, ellos no fueron en modo alguno ajenos a
lo que pasó. Zoi Themeli, que fue el número 2 de la Sigurimi y que fue juzgado
en 1949, declaró en dicho juicio que fue testigo de cómo los yugoslavos mataban
a los kosovares un día detrás de otro, en el camino hacia Bar, sin razón
aparente. Algunos de estos hombres en la marcha, dijo, consiguieron escapar y
llegar hasta las autoridades albanesas en demanda de protección. Los oficiales
de la Sigurimi, siempre según Themeli, recomendaron que no fuesen devueltos,
ante el alto riesgo que había de que fuesen asesinados; pero Koçi Xoxe ordenó
su entrega.
Como no puede ser de otra manera estando donde está Albania,
y con el tema de Kosovo por medio, para Hoxha se puede decir que toda su vida
política fue, de alguna manera, formada por decisiones provocadas por
Yugoslavia. Siempre tuvo una actitud extraña frente al comunismo vecino; era
totalmente consciente que sin Popovic y Mugosa, él jamás habría podido
prevalecer en el poder comunista albano. Pero apenas tardó unos pocos años
antes de romper con Belgrado y, en realidad, todos sus espectaculares
movimientos posteriores siguieron relacionados con ello pues, si Hoxha rompió
con la URSS y después con China, fue porque ambos regímenes mostraron deseos de
acercarse a Tito.
Los temas entre Hoxha y los yugoslavos comenzaron a no ir
bien en 1945, con el asunto de Fadil Hoxha. Fadil no era pariente de Enver,
pero lo que sí era, es comunista. Era el líder comunista de Kosovo. Había sido
uno de los organizadores de la denominada conferencia de Bujan, en 1943; una
reunión en la que Kosovo había expresado su voluntad de unirse a Albania; la
entrada de las tropas de Tito en Kosovo lo convirtió en el líder comunista
local.
Aquel año de 1945, Fadil Hoxha y otro compañero, Zekeria
Rexha, viajaron a Tirana. Querían pedirle a Enver Hoxha el envío a Kosovo de
100 maestros de albanés, además de una imprenta que permitiese la difusión entre
los escolares de libros de texto (todas las imprentas existentes en Kosovo en
ese momento imprimían en cirílico).
Hoxha (Fadil) fue muy bien recibido en Tirana, donde tenía
un amplio colegueo; y Enver Hoxha le dedicó nada menos que tres horas de
audiencia. El tema fundamental de su encuentro fueron las aspiraciones y
problemas de los albaneses étnicos en Kosovo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario